El alcalde de Leganés, Santiago Llorente, ha traspasado esta semana la línea roja que transgreden los políticos para poner en tela de juicio la profesionalidad e independencia de los medios de comunicación locales.
Poquita cosa teniendo en cuenta que el vicepresidente del Gobierno de la nación, Pablo Iglesias, manifestaba hace unas semanas abiertamente la necesidad de “naturalizar el insulto” en las redes sociales cuando sus propias hordas se lanzaban a denigrar la profesión periodística en beneficio propio.
Esto es algo que también sucede en Leganés. Los tenemos fichados y pagarán sus fechorías. Cargos públicos que se dedican a envenenar las redes para defender su día 28 de cada mes, ese marcado en rojo en el que reciben la transferencia bancaria y que solo se ve amenazado por incómodos plumillas que se atreven a indagar en sus miserias.
En cualquier caso, aceptamos el reto. El primer edil tiene todo su derecho a criticar a aquellos medios o profesionales que según él no desempeñarían su labor conforme a un código deontológico innegociable. Pero sin duda no es el caso. A Santi le molesta aquella prensa que no le baila el agua. Le importunan esos directores que no le invitan a comer o aquellos a los que no controla o ya no necesita para mantener su cuota mayoritaria de poder en el chiringuito socialista.
Porque Santi es y ha sido eso: utiliza a la prensa, a sus concejales, a sus afiliados, a la oposición… y siempre en beneficio propio y de la cuchipandi que sostiene a los indios controlados a base de cuotas pagadas y vinos fresquitos. Y todos ellos se retroalimentan. Este artículo rulará por los grupos de wasap socialistas como ríos de pólvora y más de uno intentará ser el primero en enviárselo al Jefe para mantener su cupo de falsa lealtad.
Nos hacemos mayores… todos. Santi ya no es aquel estratega político capaz de controlar la actualidad local gracias a interesadas filtraciones a periodistas que ahora intentar emponzoñar. Llorente se ha convertido en un vocero resentido que desde el púlpito plenario o a título privado siembra su rencor perseguido por sus pecados. La boca también le pierde, y ese es el más terrible de los defectos para un hombre con responsabilidad, aunque poco responsable.
Quizá su único mérito actual sea acaso guardar algún paralelismo con el principio de la transposición y aquello de cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque: “Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan”. Dudoso honor, en cualquier caso, teniendo en cuenta quién y para qué se creó tal precepto.
El futuro nos espera a todos, pero el pasado nos persigue y algunos incluso lo graban. Salud.
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